La vida en el planeta está en riesgo y se hace cada vez más evidente.
Los diversos movimientos ecologistas llevan varias décadas alertando sobre el
desmedido uso de los recursos naturales y las consecuencias a que conducirá nuestro
comportamiento desleal para con la madre tierra. La Pachamama está en crisis,
todo porque hemos perdido el respeto por la vida, en su más amplio sentido.
La cosmogonía de nuestros indígenas plantea la necesidad de generar
armonía con la vida en su entorno. Para ellos las montañas, las piedras, los
animales, los arboles, los ríos, todo es vida. Las naves que llegaron pobladas
de bandidos, asesinos y enfermedades traían consigo un problema mayor: el
capitalismo. Un sistema, verdaderamente salvaje, que no respeta la vida, que
genera desequilibrio y estimula la muerte.
Los descendidos de esos barcos no solo entablaron una guerra contra
nuestros indígenas y su visión de mundo, sino, también, contra la vida misma
del continente. Con la imposición de su religión, su lengua, en fin, de su
cultura, dejaron por heredad la desidia, el vergonzoso interés del salvase
quien pueda. Una sociedad occidentalizada que se condenaba a si misma a la extinción.
La vida en el planeta está en riesgo y se hace cada vez más evidente.
Los ríos caudalosos, que alguna vez fueron navegables, hoy son cosa del pasado
en el estado Yaracuy. El gran río Yaracuy, de aguas profundas, por donde navegó
Andresote para salir al Caribe, es apenas un lodazal. Los ríos que sirvieron
para el esparcimiento de pueblos enteros, como el Yurubí y el Caramacate son
senderos de piedras que se alimentan de agua con las lluvias. Todo esto como
resultado de un sistema político que pondera las riquezas individuales por
encima de todo. Un sistema que no repara en destruir montañas para hacer
fincas, parques o pistas para motocicletas. Decenas de hectáreas taladas para
que un individuo pueda cría tres vacas o darse el gusto de ser dueño de una
montaña con río incluido.
El decreto 3.203, impulsado por el Gobernador Julio León, debe ser un
detonante para la discusión sobre temas cruciales para la vida vivible, como la
propiedad del agua, por ejemplo. ¿Acaso no es absurdo creerse dueño del agua? ¿No
es lo mismo que creerse dueño del aire? ¿Quién determinó esa forma de
propiedad? ¿Con qué instrumentos? Otra pregunta importante, ¿Hasta dónde puede
llegar el pueblo sin herramientas programáticas para revertir esta situación?
Todos los sectores de la sociedad estamos llamados a repensar nuestro
modo de vivir, la forma en que derrochamos el agua y el modo en que permitimos
que unos pocos se apropien de un recurso que es para el consumo humano, y que
se ve reducido a llenar piscinas. Repensar, por ejemplo, en la importancia de
acompañar a aquellos campesinos, que por ignorancia de tan grave problema que
generan, se han instalado en zonas que son de vital importancia para la
producción de agua potable.
Si el pueblo no se apropia de instrumentos como este decreto, y lo
hace vivo, lo discute, lo aplica, no pasará de ser una buena intención. Quedará
en el papel, como un reclamo para la generación que terminó por destruir los acuíferos
que quedaban. Por su parte, el Estado tiene la responsabilidad de generar junto
al pueblo un programa que permita el cumplimiento de este decreto. Que
garantice que el espíritu de este mandato se materialice a favor de las
mayorías.
En momentos como estos, donde
somos azotados por una de las sequías más férreas de las últimas décadas,
alcanzando las temperaturas más elevadas en la historia contemporánea y sin
garantías de que este fenómeno no repita prontamente, cabe la urgencia de dar
celeridad al decreto 3.203, una medida que permite la protección de nuestras
fuentes de agua. A diario nos encontramos con personas que reclaman por la
ausencia de agua en sus tuberías. Uno entiende lo justo del reclamo, y aunque
no seamos los responsables directos de
solucionar tal problema, como militantes revolucionarios, nos sentimos comprometidos
en dar respuesta. Pero aprovechemos de ir más allá del asunto del agua en la
tubería. No habrá agua en la regadera mientras nuestros ríos sigan por el acelerado
camino de la desaparición. Siempre habrá quien asume consciente la autocritica,
y quien de por “retorica de huída” estás reflexiones.
Cierro parafraseando con una reflexión que tuve el privilegio de oírle
al Comandante Fidel Castro en la Habana en el año 2.011, a propósito de una
reunión con los intelectuales en el marco de la Feria del Libro de Cuba, donde
nos alertaba sobre el peligro de extinción que corre la especie humana. Parafraseo:
Si logramos que (los intelectuales) el pueblo comprenda el riesgo que estamos
viviendo en este momento, en que la respuesta no se puede hacer esperar, quizás
logremos persuadir a quienes en su accionar nos afectan desfavorablemente. La
vida en el planeta está en riesgo.