Durante las últimas cuatro décadas del siglo veinte nuestro
país se enrumbó por el más “feliz” y “exquisito” modelo político. Feliz para
los exquisitos gobernantes. Muchas promesas y nada de resultados. Mucho güisqui
con agua de coco les fue alejando cada vez más del país real. Un país sumido en
la más cruda pobreza y desamparo. Urgían los cambios y el pueblo estaba
dispuesto a dar un paso firme para ello.
Pero esa ruptura de modelo en Venezuela no se generó en el
año 1998 con la llegada de Chávez a la presidencia de la República. Tampoco se
dio con la entrada en vigencia de la constitución de 1999. Digamos que esos dos
eventos fueron apenas un atisbo del cambio. Se necesitó una crisis profunda que
radicalizara las diferencias entre una propuesta de cambio que aún no se asumía
como socialista y el otro modelo de frontal carácter de derecha, alejado de los
intereses del pueblo.
Se agotó la paciencia y las apetencias reflorecieron con el
mayor de los descaros: quebrar al país para así adueñarse aunque fuese de las
ruinas. Todos los antiguos poderes confabulados para evitar lo que ya por
inercia estaba por llegar: El tan anhelado cambio.
Si este país tuviera un tercio de recuerdos como Funes el
memorioso, o fuese él quien escribiera este
texto, seguramente no faltarían las referencias precisas. Tal vez no faltaran
detalles para hacer de la memoria el más simple de todos los ejercicios. El
bombardeo comunicacional, el secuestro de la información, el paro petrolero, el
congelamiento de la productividad (un acto suicida de la empresa privada), los
montajes mediáticos, las traiciones, los muertos, la carta, los cerros vacíos,
Caracas ardiendo, el retorno.
A diez años de aquel abril de 2002 siguen apareciendo
evidencias que permiten aclarar las dudas que muchos venezolanos conservan
sobre lo sucedido. Y cómo no tener dudas, baches, con semejante montaje. La
manipulación de videos sirvió como herramienta para justificar lo
injustificable.
Pero que pena que no sea el crónometrico Funes quien
escriba, y mayor pena que no tengamos ni un tercio de su memoria. Tratemos de
recordar el 11, 12 y 13 de abril sin que se nos ponga sepia la memoria. Los que
para ese momento no estábamos interesados en estos asuntos políticos vimos sin
ningún tipo de parcialidad lo que sucedía. La verdadera lucha entre quienes
controlan los medios de producción y la masa oprimida.
Las largas colas para echar gasolina, la odisea de comprar
algunos productos, la estampida de especuladores, la burla, y tantas otras
penurias abrieron los ojos de mucha gente que se mantenía al margen, hasta de
la vida misma. Si algo merece esta fecha, es el recuerdo bien sabido del
quiebre de poderes. La fractura de tobillos de quienes ahora pretenden volver a
asumir los diferentes espacios de poder sin la menor vergüenza de saberse
culpables de nuestros problemas esenciales. Pero esos tobillos rotos no
soportarán mucho tiempo con tanta maldad a cuesta.
Y es cierto que no somos Ireneo Funes, pero sus acciones nos
obligan a reconocerlos. A no olvidarlos. A gritarles, aún sin voz, que si es
preciso tatuar cada rincón lo haremos para no olvidar. Pero tampoco aceptaremos
nuevas traiciones al pueblo. No aceptaremos un solo engaño. Aunque eso nos
cueste más de un llanto, porque como dice Benedetti, “Gritamos, berreamos,
moqueamos, chillamos, maldecimos, porque es mejor llorar que traicionar. Porque
es mejor llorar que traicionarse. Llora, pero no olvides.”
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