Luego de haber practicado los conjuros que le recomendó la bruja, el escritor se sentía preparado. Así que tomó el libro y se instaló al borde de aquel elevado puente. Cerró los ojos, dijo las palabras mágicas y saltó, a la espera de que se abriera el vórtice que lo habría de llevar al reino de las criaturas aladas.
La sangre descendió sin prisa, marcando a su paso las piedras y hojas disueltas, hasta perderse en el diminuto y turbio río.
Más allá del reino, atravesando el bosque, la bruja reía a carcajadas grotescas al saber que su dios había sido burlado.
jueves, octubre 06, 2011
Consumada herejía
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