Escuela Literaria del Sur

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viernes, septiembre 07, 2007

Juego peligroso

El partido entre Lideres de Yaracuy y Duros de Lara se inicio en el gimnasio cubierto “Nicolás Ojeda Parra” a eso de las siete treinta de la noche. Mi esposa decidió no acompañarme a ver el juego, así que invite a un par de amigos. La noche anterior vi a mi equipo caer ante su rival trágicamente. Por esa razón llegué con mucho ánimo a ver el juego. La liga nacional ha venido aumentando de nivel en cada temporada. Para este año, Lideres cuanta con el mejor importado de la liga.

El cielo esta parcialmente nublado, tengo algo de frío y se me quedo la chaqueta sobre la cama. Mis amigos no aparecen. Me como un perro caliente y se manifiestan ante mí, como pequeñas hadas las primeras gotas de lluvia. Como un ciempiés, la enorme fila para entrar al coso deportivo empieza a moverse. Me acerco a la entrada y saludo a uno de los oficiales que custodia la puerta, gracias a su amistad he podido evadir todas las noches la larga cola.

Una vez adentro, comienza la acción. El equipo de Lara no esta tan “duro”, eso permite montarse en el marcador, con más de doce puntos de diferencia en un santiamén.

La lluvia no ha cesado. Las pequeñas gotas fueron remplazadas por gigantescos chorros de agua que caen a los lados del gimnasio; la brisa arremete sin compasión. Una gota, se deja ver en lo más alto del techo, recorre sin prisa un par de centímetros y cual suicida se tira sobre el tabloncillo. Una tras otra, las gotas repiten la aventura. El juego se detiene habiendo apenas transcurrido cuatro minutos. En seguida la multitud comienza a gritar a coro “queremos juego, queremos juego”.

Hasta este momento todo esta aparentemente normal. Nadie se ha percatado que el estacionamiento esta completamente inundado. Los jugadores se han quedado en la cancha realizando ejercicios de calentamiento para no perder la temperatura del cuerpo. Yo, como todos los demás sigo en mi asiento, sin saber que la lluvia a derribado árboles y avisos publicitarios en toda la ciudad. Felix esta haciendo estragos y ninguno de los presentes lo sabe.

De repente sucede lo que me temía. Una fuerte descarga eléctrica. Por un momento mis ojos quedan en completa oscuridad, solo puedo oír los gritos de la multitud; ha esta hora muchos han empezado a temer. Para mi es solo un aguacero mas, nada que temer, esto pasara pronto.

A mi cabeza empiezan a llegar una serie de imágenes, recuerdo el terror que mi esposa siente ante la lluvia. Recuerdo la tragedia del noventa y nueve en Vargas. Pero pienso por un instante que mi esposa no esta sola, ella esta con Lucy, nuestra perra. ¿Pero de que sirve?, si Lucy también le tiene miedo a la lluvia, bueno… a los truenos. Me las imagino y no dejo de sentir compasión y un poco de risa. La verdad es que ellas son muy valientes, y necesitan ser presionadas para poder demostrarlo.

Me he ido a otro plano con mis pensamientos y no me he dado cuenta que todos se han parado de sus lugares porque la lluvia ha mojado nuestros asientos. Cuando me percato de la situación me dirijo hacia la parte superior de las gradas; desde allí puede verse la calle. No me dio tiempo de llegar arriba, el mundo se deshizo ante mi en un instante.
El señor de blanco me pregunta mi nombre, y no se porque razón no puedo responderle. Me duele mucho el cuerpo. Tengo frío. La claridad me dificulta la visión. ¿Dónde estoy? ¿Que ha pasado? No se. Comienzo a llorar y una joven de aspecto delicado se acerca a mi cama y me acaricia. —tranquilo mi amor, todo esta bien. Me siento caer. Es como si me deslizase por un gran tobogán; se que no voy a ningún lado pero siento como si mi cuerpo fuese cayendo a un abismo al cual olvidaron colocarle fin.

Tres meses, todo igual. Ni una sola visita, ni un solo amigo. No he logrado recordar nada. El señor de blanco ha intentado convencerme, pero yo me niego a creer lo que me dice. La chica asegura que es mi esposa; no se ha movido ni un solo instante de mi lado. Le hablo y no me entiende. Eso es desesperante.

Levántate de ahí, ya no puedes hacer nada —las palabras del viejo me molestan— es por el bien de ella, déjala libre.

Hoy me he decidido; respiro hondo y poco a poco voy levantando mi cuerpo hasta quedar sentado sobre la camilla. Un grupo de doctores y enfermeras entran corriendo a la habitación y hacen que la chica salga del lugar. Se paran alrededor de mí y me asusto. Sin embargo continúo con lo previsto. Me pongo en pie y paso en medio de ellos sin que se den cuenta. Ellos continúan alrededor de la camilla con sus aparatos y yo camino hacia el pasillo. La chica llora destrozada. Uno de los médicos sale de la habitación y la mira sin pronunciar palabras; ella lo abraza y llora desconsolada. Mientras, yo continúo hacia la libertad. Tenía razón el hombre de blanco, los muertos no tienen memoria.