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miércoles, mayo 09, 2012

Más allá de las “despedidas”


Esta no es la Generación Boba

Durante varias semanas he venido abordando el tema del desarraigo y el exilio, tratando de no disgregarme en un entramado tan dilatado, teniendo en cuenta las profundidades que amerita un asunto como este; recalcando siempre que las ciudades que tenemos, esas ciudades que ahora nos parecen feas o invivibles, son el resultado del modelo capitalista y neoliberal y sus prácticas desarrollistas; la falta de raíces culturales nacionalistas, porque ese modelo decadente impuso, ayudado por los medios de comunicación, una cultura norteamericana, una cultura gringa; basta con hacer un ejercicio de memoria y darle nuevamente una mirada al cine, a la música y a la televisión de las últimas décadas del pasado siglo.
Esta semana, hemos publicado un artículo de José Roberto Duque sobre el famoso, más bien controvertido, video “Caracas, ciudad de despedidas”, donde un grupo de jóvenes de la clase media alta caraqueña expone, sin el mínimo pudor, la vacuidad, la fatuidad, el desarraigo, la peor pobreza de ese pequeño sector acomplejado entre sus pequeñas villas en las cumbres del “este del este”. Basta con ver los créditos, es decir los apellidos de quienes están retratados delante y tras cámaras, para dilucidar la frustración de los hijos de quienes alguna vez fueron, o soñaron ser, los amos del valle.
Lo cierto de todo esto, y lo triste también, es que no se trata solamente de este pequeño grupo; hay cientos de “niños osea, sabes, demasiado”, mandibuleando por toda Venezuela; ostentando sobre sus planes de abandonar este país, lo que para ellos es mejor, largarse para mejorar su calidad de vida. Un grupo de muchachos, al mejor estilo “Somos tú y yo” mimetizados con RBD.
En los años ochenta del siglo veinte una generación entera fue catalogada como la “generación boba”. Atiborrados por el consumo de drogas y una inmovilidad feliz, esa generación se dedicó a no hacer; a esperar que el mundo se cayera a pedazos sin el más mínimo intento por generar alternativas para un cambio. Esa fue la mayor contradicción biológica del siglo XX, y cuidado sino de la historia. Ser joven, por antonomasia, es una convocatoria a ser rebelde, con o sin causa; a ser un agente revolucionador. Allende creía que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.
Nuestra generación, esta generación, está lejos de ser boba, pero tengo serias sospechas de que por ahí quedan algunos movimientos dignos de llevar ese estandarte. Por esnob o vintage hay una pequeña franja de nuestra juventud procurando parecerse a esa generación de los ochenta, la boba, como la etiquetó Edmundo Chirinos. Que me disculpen los aludidos, pero, esta no es la generación boba.
Mas sin embargo, no puede uno evitar tantas preguntas ineludibles ¿Quién se hará responsable por esos destellos ochentosos en parte de nuestra juventud? ¿Les compraremos los pasajes para que se marchen? ¿Nos atreveremos a construir la nueva República? No hay tiempo para los esnobismos; ser joven no es un juego, es, sin lugar a dudas, la etapa que requiere mayor compromiso para poder afrontar los desafíos de un sistema alienante, para profundizar con tierna fiereza la mano en el corazón del pueblo que somos. Esas corrientes retro, vintage, son analgésicos a la juventud creadora. Definitivamente, y creo estar secundado, necesitamos transformar nuestra realidad, la realidad que está siendo.

Exiliados (Parte II)



El desarrollismo, como otros males, instituyó un país nuevo, sin memoria histórica, es decir, sin raíces. Nos forzaron a un exilio dentro de las fronteras, condenándonos a otra forma de destierro. Muy pocas personas, sin embargo, optaron por el exilio convencional, la emigración, tomaron sus cosas y se marcharon rumbo al sueño americano o al refugio europeo.
Pero es necesario recordar que hasta la década de los 90 del siglo veinte en este país, por lo general, solo emigraban políticos e intelectuales. La lucha por la independencia, la federación y las dictaduras, no generaron los mismos efectos que se dan en casi todos los países en iguales circunstancias. La tasa migratoria venezolana ha sido muy baja en comparación a otras naciones con características similares. Para un pueblo sumido en la ignorancia y la pobreza era impensable tener como alternativa el abandono del territorio nacional.
Durante décadas el país ha recibido a millones de inmigrantes, europeos, colombianos, peruanos, chilenos, entre tantos pobres obligados al exilio. Sin más alternativa que huir de los desmanes es sus pueblos de origen estos inmigrantes consideraron a Venezuela como su mejor opción. Esa llegada de extranjeros buscando cobijo no ha cesado. Palestinos, libaneses, chinos, hindúes y más colombianos. Estas culturas siempre han optado por el recurso de la migración. Nosotros no. Por un lado está el hecho de que nos parece cosa rara, no tenemos una cultura migratoria, y por otro lado no teníamos las posibilidades económicas para emprender tales aventuras.
 Con la llegada de Chávez a la presidencia de la República, y con el resurgimiento de la casi extinta clase media, se genera un fenómeno migratorio por primera vez en Venezuela. fundamentados en el temor como excusa para justificar las ganas de abandonar el país una alta suma de venezolanos se fueron rumbo al Norte o a España. Es poco menos que triste, pudiéramos decir que vergonzoso, encontrar a un venezolano residenciado fuera de aquí. La mayoría inventa películas de persecución y exterminio para ser centro de atención de las conversaciones. Muchos no paran de hablar pestes de nuestra cultura, como si les pesara en sus espaldas la patria.
Es de comprender que alguien decida marcharse por las razones que le vengan en gana. Eso no es cuestionable. El cuestionamiento vine cuando de manera desleal se desdeña del lugar de origen con tales menosprecios que aterran.
La clase media venezolana por primera vez en la historia, gracias a la situación económica generada por este gobierno, al cupo CADIVI, a la libertad, salieron de este país a buscar mejores condiciones de vida. No se equivoca el merengue caraqueño de Luis Fragachán, el norte es una quimera (Europa también).
¿Hasta cuándo podrán soportar las quimeras nuestros compatriotas en el autoimpuesto exilio, ahora que las economías mundiales se desploman? ¿Hasta qué punto la clase media estará dispuesta a permanecer desterrada, inventando fabulas paranoicas? Venezuela debe preparase para seguir recibiendo a estos compatriotas. Un importante número ya está de vuelta, pero se estima que las políticas de inmigración, europeas y estadounidenses, impongan masivas repatriaciones.  Ojalá y de regreso, ya sin el encantamiento externo, se sumen a la construcción de un mejor país, asumiendo su co

Exiliados (Parte I)


La ambición  desmesurada, los temores o la ignorancia hacen cometer torpezas tan terribles que garantizan la vergüenza, no solo de coetáneos y contemporáneos, sino además, de generaciones futuras. En su anhelo por trascender en la historia, algunos dirigentes se dan a la tarea de abandonar los intereses de los pueblos para garantizar los propios.
El precio de estos actos en Venezuela ha sido alto. Para construir la Caracas moderna, el General Marcos Pérez Jiménez autorizó la destrucción de gran parte del patrimonio histórico. Desprendió de su raíz arquitectónica la naciente patria para sustituirla por una arquitectura neoclásica, en el más sutil de los casos; por grandes autopistas y, el más notorio sus fetiches, el hormigón armado.  Todo signado por la angustia progresista. Ese afán de ser modernos y desarrollados nos acorraló en uno de nuestros peores males: el desarraigo.
Ni los zulianos, íconos del regionalismo, se salvaron a este mal. Hace 42 años, en la gestión de Rafael Caldera, se destruyó El Saladillo en nombre, nuevamente, del desarrollo urbano. Derribaron las casas, la tradición, la cultura, pero el plan progresista nunca se ejecutó. Apenas se terminaron de construir las torres del saladillo en 2.006.
Igual sucedió, hace un par de años en Aroa, donde el célebre e iluminadísimo Alcalde, bañado quizás de alguna luz epifánica decidió mandar remodelar, más bien, demoler y reconstruir, el cementerio de los ingleses, sin considerar el valor histórico de ese espacio ni los debidos procesos para su restauración.
Todo esto no es más que un evidente menosprecio a nuestras raíces, a nuestra historia, a lo que somos. Estos dirigentes, entre tantos más, para no entrar en detalles y tener que enumerarlos desde Guzmán Blanco hasta Nicolás Rivas, son víctimas y victimarios del  complejo que superpone el parecer sobre el ser.
Obligados a vivir en otro país, un país inventado por el desarrollismo, se nos impuso un exilio dentro de las fronteras. Pero entonces, ¿Cómo haremos para retornar ahora a esa patria? ¿Habrá que reinventarla? Nuestra condena es como la del poeta Cavafis, otro país no existe para nosotros.

Sin engaños, ni olvidos



Durante las últimas cuatro décadas del siglo veinte nuestro país se enrumbó por el más “feliz” y “exquisito” modelo político. Feliz para los exquisitos gobernantes. Muchas promesas y nada de resultados. Mucho güisqui con agua de coco les fue alejando cada vez más del país real. Un país sumido en la más cruda pobreza y desamparo. Urgían los cambios y el pueblo estaba dispuesto a dar un paso firme para ello.
Pero esa ruptura de modelo en Venezuela no se generó en el año 1998 con la llegada de Chávez a la presidencia de la República. Tampoco se dio con la entrada en vigencia de la constitución de 1999. Digamos que esos dos eventos fueron apenas un atisbo del cambio. Se necesitó una crisis profunda que radicalizara las diferencias entre una propuesta de cambio que aún no se asumía como socialista y el otro modelo de frontal carácter de derecha, alejado de los intereses del pueblo.
Se agotó la paciencia y las apetencias reflorecieron con el mayor de los descaros: quebrar al país para así adueñarse aunque fuese de las ruinas. Todos los antiguos poderes confabulados para evitar lo que ya por inercia estaba por llegar: El tan anhelado cambio.
Si este país tuviera un tercio de recuerdos como Funes el memorioso, o fuese él quien  escribiera este texto, seguramente no faltarían las referencias precisas. Tal vez no faltaran detalles para hacer de la memoria el más simple de todos los ejercicios. El bombardeo comunicacional, el secuestro de la información, el paro petrolero, el congelamiento de la productividad (un acto suicida de la empresa privada), los montajes mediáticos, las traiciones, los muertos, la carta, los cerros vacíos, Caracas ardiendo, el retorno.
A diez años de aquel abril de 2002 siguen apareciendo evidencias que permiten aclarar las dudas que muchos venezolanos conservan sobre lo sucedido. Y cómo no tener dudas, baches, con semejante montaje. La manipulación de videos sirvió como herramienta para justificar lo injustificable.
Pero que pena que no sea el crónometrico Funes quien escriba, y mayor pena que no tengamos ni un tercio de su memoria. Tratemos de recordar el 11, 12 y 13 de abril sin que se nos ponga sepia la memoria. Los que para ese momento no estábamos interesados en estos asuntos políticos vimos sin ningún tipo de parcialidad lo que sucedía. La verdadera lucha entre quienes controlan los medios de producción y la masa oprimida.
Las largas colas para echar gasolina, la odisea de comprar algunos productos, la estampida de especuladores, la burla, y tantas otras penurias abrieron los ojos de mucha gente que se mantenía al margen, hasta de la vida misma. Si algo merece esta fecha, es el recuerdo bien sabido del quiebre de poderes. La fractura de tobillos de quienes ahora pretenden volver a asumir los diferentes espacios de poder sin la menor vergüenza de saberse culpables de nuestros problemas esenciales. Pero esos tobillos rotos no soportarán mucho tiempo con tanta maldad a cuesta.
Y es cierto que no somos Ireneo Funes, pero sus acciones nos obligan a reconocerlos. A no olvidarlos. A gritarles, aún sin voz, que si es preciso tatuar cada rincón lo haremos para no olvidar. Pero tampoco aceptaremos nuevas traiciones al pueblo. No aceptaremos un solo engaño. Aunque eso nos cueste más de un llanto, porque como dice Benedetti, “Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos, porque es mejor llorar que traicionar. Porque es mejor llorar que traicionarse. Llora, pero no olvides.”

El día de Yaracuy ¿Qué celebramos?


En el año 2006 nuestros símbolos patrios sufrieron una transformación. Una serie de debates dieron cabida a una modificación justificada de los elementos que representan la nación venezolana. Desde la mirada semiótica, se hacía justo cambiar la postura de un caballo, supuestamente en marcha, que miraba hacia atrás, por uno que erguido cabalga hacia adelante. Además, la incorporación de una octava estrella a la bandera para incluir la provincia de Guayana, decretado por el Libertador el 20 de noviembre de 1817. Esta provincia, Santo Tomé de Guayana de la Angostura del Orinoco, no solo fue la última en ser liberada del yugo español, sino que además sirvió como asiento de la República en el Congreso de Angostura, añadiendo que esta provincia fue la única que se declaró a favor del proyecto libertador en ese momento. Así se realizaron otros cambios que no voy a detallar por no ser el objeto fundamental de este editorial. Solo tomo esto como referencia para introducir un tema que debería ser de interés de todos los yaracuyanos.
El gobernador del Estado Yaracuy, Julio león, mediante el decreto 364 generó un nuevo cambio en la conmemoración del día de Yaracuy a celebrarse a partir de ese año el 28 de marzo, quedando invalidada la celebración del día 19 de ese mismo mes. Este cambio de fecha ha resultado en la conformación, si se quiere, de dos bandos que se han dado a la tarea de defender las fechas mencionadas. Por un lado el gobernador y un grupo de yaracuyanos que consideran que el cambio se corresponde más a nuestro gentilicio, ya que el 28 de marzo de 1859 entró triunfante a San Felipe, el General del Pueblo, Ezequiel Zamora decretando a Yaracuy como entidad Federal. Además de ser el 28 de marzo, pero de 1864, cuando al aprobarse una nueva constitución, se le dio el carácter de Estado Federal a Yaracuy.
La historiadora y periodista Lisbella Páez, junto a otro grupo de yaracuyanos, defiende la tesis del día 19 de marzo, ya que en esa fecha del año 1855 José Tadeo Monagas, presidente de la república para el momento, firmó el decreto que le fue entregado por el Congreso, el 15 de ese mes, elevando a Yaracuy a la categoría de Provincia. Se cuenta que Monagas esperó el 19 para firmar el decreto por ser el día de su onomástico. Con esta firma, se registra entonces por primera vez en la historia el nombre de Yaracuy.
Pero más allá de las posturas de estos dos bandos, de sus análisis historiográficos, de sus argumentos ¿Qué representan estas fechas para los yaracuyanos? ¿Qué celebramos? ¿Qué se significativo hay en la conmemoración del 28 o del 19? Yaracuy se ha caracterizado por sus rasgos rebeldes, antiprotocolares con el surgimiento de sus pueblos. El hecho de celebrar el día de Yaracuy es seguir afianzando nuestro sentido de pertenencia por este hermoso pueblo, nuestro gentilicio, eso me parece justo. Pero, ¿Lo importante es la fecha o el habernos constituido formalmente como entidad? Deberíamos dar una mirada a nuestros rasgos distintivos como pueblo. Preguntarnos si tales rasgos son determinados por estos eventos.
Así como la modificación de los símbolos patrios generó resistencia en algunos sectores de la sociedad, es normal que este cambio de fecha también lo haga. Al final termina imponiéndose el sentido de pertenencia que tenemos sobre tales símbolos. Y en nuestro caso, más allá del cambio de fecha, se supone, seguimos celebrando el día de Yaracuy, la yaracuyanidad. Pero deberíamos empezar por definir esa yaracuyanidad. Ambos bandos aportan datos relevantes para reconstruir la memoria histórica de un pueblo con características en extremo particulares. Pero siguen empecinados en demostrar, con argumentos válidos o no,  “quien tienen la razón”, y la socialización de la importancia de la conmemoración queda de lado, mientras gran parte del pueblo se pregunta qué celebramos.

Organización, más allá de lo electoral


Si partimos de la premisa de que Cultura es todo lo que hace el hombre, o mujer, tendríamos que tomarnos un tiempo para detallar cuál es la cultura de la Venezuela del siglo XXI, para responder la obligatoria pregunta ¿Qué estamos haciendo? Seguramente surgirán más interrogantes que respuestas. Lo cierto es que ese ejercicio de pensarnos, en la necesidad de autoreconocernos, es una alternativa sana para tener un concepto claro de lo que somos, es decir, una definición de nuestra cultura.
Debemos desprendernos de nefastas concepciones de la cultura que nos obligan a ver al ser humano como un simple recipiente acumulador de citas, frases, fechas y cualquier cantidad de datos empíricos que no permiten más que parecer un tomo enciclopédico. Esa mal llamada cultura general. Esa dañina idea de la cultura genera una cierta especie de “hombres cultos”, pero, como diría Antonio Gramsci, eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto. Tampoco se trata de la cultura estigmatizada por las bellas artes. Esa idea de la cultura del gusto, que no deja de ser más que ingenua arrogancia, pues de sobra sabemos que hasta el gusto es condicionado. No es un acto de superioridad tener “buen gusto” solo es la repetición instintiva de patrones condicionados.
La verdadera cultura está fundamentada en la organización, en la conquista de una conciencia que nos deja comprender el valor histórico que tenemos. Pero esto no es un asunto generación espontánea, como ocurre en la naturaleza. El ser humano es el creador de la cultura y tiene la posibilidad de reinventarse cuando así se lo proponga. Y cito a Gramsci: “El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación historia, y no naturaleza”.
El desafío más grande nos está retando desde hace varias décadas. Me inclino en creer que nuestro mayor enemigo no es el capitalismo, sino la globalización, quien ha venido arrinconándonos en el desarraigo y la transculturación. Por mala fortuna nos tocó pasar del analfabetismo a la televisión bebiendo de la fuente de ese aparto que tanto bien le ha hecho al plan globalizante, y tanto mal a nuestra cultura. Se quedan de lado los procesos ante la supremacía de los eventos. Se aborta lo colectivo por el desarrollo del interés estrictamente individual.
Esta semana ha gozado de relativa calma en el panorama de los eventos políticos y ha dejado en mucha gente la percepción de que en el país no ha sucedido nada. Pero quien se atreve asegurar eso desconoce que vive en un maravilloso país en movimiento, como dice el Chino Valera Mora, “Quien no te conozca / dirá que eres una imposible querella / Tantas veces escarnecido / y siempre de pie con esa alegría”.
Este es el momento para que el proceso político deje de depender de los procesos electorales. La conciencia cultural debe trascender a los partidos. La consolidación de una cultura en movimiento, en revisión constante. Hay que avanzar a la organización profunda del pueblo, ese que es cultura, que es patria, que es hijo de Bolívar, no por razones genéticas ni geográficas, sino por ser su creación histórica, es decir, cultural.

Irreverencia, Debates y Consignas



Mucho se ha cuestionado la polarización política en el país a partir de la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la República. La franca contradicción entre quienes fungen como gobierno y oposición, desatando en el pueblo una euforia de radical valía, que ha venido decantando en la discusión de la pertinencia de avanzar a la instauración, o no, del modelo socialista. Un debate permanente entre quienes defienden el modelo capitalista, asegurando que los años pasados fueron mejores y los que, por otro lado, están determinados a no volver a esos años de democracia representativa y sus vicios.
Habría que ser muy ingenuo para no reconocer que se trata, más que de una división ideológica, de una mera lucha de clases. No pretendo decir que no es ideológica, más bien, procuro enfatizar en que la lucha es de clases: los que otrora ostentaron, simultáneamente, el poder público y empresarial, y el pueblo sencillo. Y esto no es nuevo, como diría Marx, "Toda la historia de la sociedad humana es una historia de luchas de clases”. Lo que se hace nuevo en nuestro caso es la conciencia de esa lucha y sus implicaciones ideológicas locales.
 La clase trabajadora, el pueblo, en este sentido, lo que hace es buscar el asidero intelectual de su lucha para profundizar las ideas y las acciones, comprendiendo que se trata de un proceso dialectico, educativo y transformador, y por ende, ideologizante.
Cabe preguntarse entonces qué está leyendo el pueblo, qué están leyendo los dirigentes. ¿Solo están consumiendo consignas? ¿Qué está alimentando el pensamiento crítico? Con cuanta facilidad termina uno, para no quedar fuera de la crítica, repitiendo lemas. “Patria o muerte”, “Rodilla en tierra”, “Chávez los tiene locos”, “Patria, socialismo o muerte”, “Viviremos y venceremos” “Pa’lante comandante”, entre tantas otras que, más allá del efecto que puedan generar, no son insumos necesarios para el fortalecimiento de la conciencia. Ahora un nuevo lema, digno de ser analizado con detalle, ocupa gran parte de conversaciones y discursos: “Irreverencia en la discusión y lealtad en la acción”. ¿Hasta qué punto irreverentes? ¿Leal a qué o quién? ¿Quién determina la lealtad y la irreverencia? Debemos cuidarnos del dogma, para no convertir este proceso en una suerte de religión local. No quiero dejar dudas sobre la lealtad que este pueblo siente para con el líder de este proceso, Hugo Chávez, y eso no lo digo como un hallazgo, lo dicen las encuestas y, más acertadamente, el respaldo electoral. Pero lo cierto es que el mismo presidente Chávez ha sido irreverente en la discusión y en las acciones. Que no suponga esa lealtad la pasividad en la toma de decisiones y en la ejecución de las ideas.
No es saludable un pueblo con actitudes de ave repetidora, es preciso tener la conciencia de quien se sabe sujeto transformador y crítico. Bienvenidas las consignas como elementos para estimular los afectos en la batalla política. Pero bienvenido también, y más aún,  el cultivo de la conciencia del ser social a través del estudio incesante. 

miércoles, enero 18, 2012

Saltar

Lo malo de saltar desde tan alto es que se baja a una velocidad impresionante. Empiezas a sentir como la sangre se acelera debajo de la piel, los ojos se tornan borrosos por las lágrimas y te dan ganas de gritar. Te contienes. Pero no puedes resistir por mucho tiempo. Así que gritas, pero no puedes oírte, de hecho nadie puede oírte; y vuelves a gritar, consiente de que lo único que lograrás es sentir la fuerza del grito recorriéndote desde el talón a la nuca.

En este momento comienzas a temer; la soledad te envuelve. En tus venas un ejercito transita acelerado, como tratando escapar por tu cabeza. Cuando te percatas que pronto llegará el final, ruegas para que todo salga bien, pues no quieres lastimarte otra vez.

A escasos metros del final no puedes contener el llanto, sabes que la caída no será suave. Abajo hay muchos mirándote, pero no te interesa; todos están esperando lo peor y no quieres que te vean caer.

La caída fue aparatosa, el cuerpo tambaleante a penas tiene fuerzas para mantenerse en pie, y un sabor amargo recorre tu lengua, atraviesa por tu paladar hasta llegar al estomago y empieza a contaminarlo todo. Te dan nauseas, y la descarga es inevitable. Lo demás ya lo sabemos, vuelves con el clásico juramento, “no lo volveré a hacer”. Pero que va, siempre es igual; siempre es lo mismo cuando te enamoras.