Si
partimos de la premisa de que Cultura es todo lo que hace el hombre, o mujer,
tendríamos que tomarnos un tiempo para detallar cuál es la cultura de la Venezuela del siglo XXI, para responder la
obligatoria pregunta ¿Qué estamos haciendo? Seguramente surgirán más
interrogantes que respuestas. Lo cierto es que ese ejercicio de pensarnos, en
la necesidad de autoreconocernos, es una alternativa sana para tener un
concepto claro de lo que somos, es decir, una definición de nuestra cultura.
Debemos
desprendernos de nefastas concepciones de la cultura que nos obligan a ver al
ser humano como un simple recipiente acumulador de citas, frases, fechas y
cualquier cantidad de datos empíricos que no permiten más que parecer un tomo
enciclopédico. Esa mal llamada cultura general. Esa dañina idea de la cultura
genera una cierta especie de “hombres cultos”, pero, como diría Antonio
Gramsci, eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino
intelecto. Tampoco se trata de la cultura estigmatizada por las bellas artes.
Esa idea de la cultura del gusto, que no deja de ser más que ingenua
arrogancia, pues de sobra sabemos que hasta el gusto es condicionado. No es un
acto de superioridad tener “buen gusto” solo es la repetición instintiva de
patrones condicionados.
La
verdadera cultura está fundamentada en la organización, en la conquista de una
conciencia que nos deja comprender el valor histórico que tenemos. Pero esto no
es un asunto generación espontánea, como ocurre en la naturaleza. El ser humano
es el creador de la cultura y tiene la posibilidad de reinventarse cuando así
se lo proponga. Y cito a Gramsci: “El hombre es sobre todo espíritu, o sea,
creación historia, y no naturaleza”.
El
desafío más grande nos está retando desde hace varias décadas. Me inclino en
creer que nuestro mayor enemigo no es el capitalismo, sino la globalización,
quien ha venido arrinconándonos en el desarraigo y la transculturación. Por
mala fortuna nos tocó pasar del analfabetismo a la televisión bebiendo de la
fuente de ese aparto que tanto bien le ha hecho al plan globalizante, y tanto
mal a nuestra cultura. Se quedan de lado los procesos ante la supremacía de los
eventos. Se aborta lo colectivo por el desarrollo del interés estrictamente
individual.
Esta
semana ha gozado de relativa calma en el panorama de los eventos políticos y ha
dejado en mucha gente la percepción de que en el país no ha sucedido nada. Pero
quien se atreve asegurar eso desconoce que vive en un maravilloso país en movimiento, como
dice el Chino Valera Mora, “Quien
no te conozca / dirá que eres una imposible querella / Tantas veces escarnecido
/ y siempre de pie con esa alegría”.
Este es
el momento para que el proceso político deje de depender de los procesos
electorales. La conciencia cultural debe trascender a los partidos. La consolidación
de una cultura en movimiento, en revisión constante. Hay que avanzar a la
organización profunda del pueblo, ese que es cultura, que es patria, que es
hijo de Bolívar, no por razones genéticas ni geográficas, sino por ser su
creación histórica, es decir, cultural.
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