miércoles, mayo 09, 2012

Sin engaños, ni olvidos



Durante las últimas cuatro décadas del siglo veinte nuestro país se enrumbó por el más “feliz” y “exquisito” modelo político. Feliz para los exquisitos gobernantes. Muchas promesas y nada de resultados. Mucho güisqui con agua de coco les fue alejando cada vez más del país real. Un país sumido en la más cruda pobreza y desamparo. Urgían los cambios y el pueblo estaba dispuesto a dar un paso firme para ello.
Pero esa ruptura de modelo en Venezuela no se generó en el año 1998 con la llegada de Chávez a la presidencia de la República. Tampoco se dio con la entrada en vigencia de la constitución de 1999. Digamos que esos dos eventos fueron apenas un atisbo del cambio. Se necesitó una crisis profunda que radicalizara las diferencias entre una propuesta de cambio que aún no se asumía como socialista y el otro modelo de frontal carácter de derecha, alejado de los intereses del pueblo.
Se agotó la paciencia y las apetencias reflorecieron con el mayor de los descaros: quebrar al país para así adueñarse aunque fuese de las ruinas. Todos los antiguos poderes confabulados para evitar lo que ya por inercia estaba por llegar: El tan anhelado cambio.
Si este país tuviera un tercio de recuerdos como Funes el memorioso, o fuese él quien  escribiera este texto, seguramente no faltarían las referencias precisas. Tal vez no faltaran detalles para hacer de la memoria el más simple de todos los ejercicios. El bombardeo comunicacional, el secuestro de la información, el paro petrolero, el congelamiento de la productividad (un acto suicida de la empresa privada), los montajes mediáticos, las traiciones, los muertos, la carta, los cerros vacíos, Caracas ardiendo, el retorno.
A diez años de aquel abril de 2002 siguen apareciendo evidencias que permiten aclarar las dudas que muchos venezolanos conservan sobre lo sucedido. Y cómo no tener dudas, baches, con semejante montaje. La manipulación de videos sirvió como herramienta para justificar lo injustificable.
Pero que pena que no sea el crónometrico Funes quien escriba, y mayor pena que no tengamos ni un tercio de su memoria. Tratemos de recordar el 11, 12 y 13 de abril sin que se nos ponga sepia la memoria. Los que para ese momento no estábamos interesados en estos asuntos políticos vimos sin ningún tipo de parcialidad lo que sucedía. La verdadera lucha entre quienes controlan los medios de producción y la masa oprimida.
Las largas colas para echar gasolina, la odisea de comprar algunos productos, la estampida de especuladores, la burla, y tantas otras penurias abrieron los ojos de mucha gente que se mantenía al margen, hasta de la vida misma. Si algo merece esta fecha, es el recuerdo bien sabido del quiebre de poderes. La fractura de tobillos de quienes ahora pretenden volver a asumir los diferentes espacios de poder sin la menor vergüenza de saberse culpables de nuestros problemas esenciales. Pero esos tobillos rotos no soportarán mucho tiempo con tanta maldad a cuesta.
Y es cierto que no somos Ireneo Funes, pero sus acciones nos obligan a reconocerlos. A no olvidarlos. A gritarles, aún sin voz, que si es preciso tatuar cada rincón lo haremos para no olvidar. Pero tampoco aceptaremos nuevas traiciones al pueblo. No aceptaremos un solo engaño. Aunque eso nos cueste más de un llanto, porque como dice Benedetti, “Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos, porque es mejor llorar que traicionar. Porque es mejor llorar que traicionarse. Llora, pero no olvides.”

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